martes, 5 de julio de 2011

Opinión de un Lector, Alberto M.

Al abordar la génesis de judaísmo y cristianismo, El Secreto de Galilea persigue dos objetivos que bien hubiesen podido originar cada uno un libro por separado: por una parte, el largo proceso de formación del judaísmo, un decantado de tradiciones y creencias fruto de circunstancias históricas muy dispares que hacen que sufra importantes variaciones a lo largo del tiempo y que por ello nos invita a examinar qué es lo que denominamos Revelación y cómo el contenido de este término ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Por otra parte, al centrarse en el Nuevo Testamento y en la espinosa cuestión del Jesús histórico, Juan Parodi acomete la ardua tarea de buscar y discernir entre los distintos estratos doctrinales e históricos la verdadera imagen del Hijo del Hombre, labor en la que la interpretación del simbolismo y las reglas de la transmisión oral priman sobre el razonamiento teológico y la dogmática tradicional.
La fórmula escogida para este libro por el autor es la de una historia de amor un tanto sui-géneris, ambientada en un cursillo de interpretación bíblica que sirve como excusa para ir presentando una serie de minuciosos cuadros sinópticos y comentarios acerca de su contenido. En estos cuadros sinópticos se reflejan con gran transparencia y espíritu didáctico tanto las posibles realidades históricas que se encuentran tras los acontecimientos narrados por la Biblia como las particularidades de un lenguaje donde se presta más atención a la exposición de un mensaje espiritual que a la realidad fáctica, y donde la transmisión oral impregna de vida las palabras. Dentro de los evangelios, se presta especial atención al de Juan, donde la coexistencia de elementos simbólicos hebreos junto con otros de impronta gnóstica conforman un lenguaje de análisis peculiar. Juan Parodi escribe desde una concepción gnóstica de Jesús de Nazaret, lo que no obsta para que el libro sea enormemente pedagógico para cualquiera, incluso para los que abogamos por una hermenéutica de Jesús más ortodoxa y católica. En realidad, El Secreto de Galilea se convierte en una guía y un diccionario de mano que aclara el contenido real de muchos términos y situaciones, tanto vetero como neotestamentarias, y en un manual de interpretación que una vez leído modifica irremisiblemente tu forma de aproximarte a la Biblia. Aparte de la profusa aportación de datos y matices interpretativos se ofrece también una abundante bibliografía.
El conocimiento bíblico del cristiano medio es sumamente reducido. En el entorno católico, la reserva de la facultad de interpretación para la Iglesia ha provocado una inhibición general que hace que se ignore incluso la propia exégesis romana, que también recurre en numerosas ocasiones a la lectura simbólica de ambos testamentos. En el ámbito protestante, la libertad de interpretación ha desembocado más en fundamentalismos apegados irracionalmente a la letra impresa que no en un análisis histórico serio. En El Secreto de Galilea la primera lección es breve pero debe quedar perfectamente interiorizada: sobre un hecho histórico la Biblia te construirá una fábula que pretende transmitir una enseñanza de orden religioso, no historiográfico. Por ello Juan Parodi comienza desarrollando los peculiares hábitos literarios de las culturas semitas para posteriormente adentrarse en el análisis del Antiguo Testamento y en la génesis de un Judaísmo que debe mucho a las culturas circundantes y que se perfila en base a acontecimientos históricos, a la división social entre agricultores sedentarios y pastores nómadas, al propio sedimentado de las costumbres que con el paso de las generaciones terminan sacralizándose, al éxodo a Babilonia, a los movimientos migratorios entre los núcleos urbanos y el entorno rural y a un fuerte sustrato politeísta que en tiempos de Jesús aún permanecía vigente en partes de Palestina, como Samaria. Si a esto añadimos la presencia del helenismo y de las circunstancias políticas de la revuelta macabea, poco a poco se va conformando el puzzle de un judaísmo que todavía en tiempos de Jesús plasmaba una pluralidad inaudita. Conviene dejar claro que lo que el lector va a encontrar no es una serie de especulaciones gratuitas e infundadas al estilo de El Código Da Vinci, cuya popularidad no exime de ser un subproducto sensacionalista. En El Secreto de Galilea todo está profundamente documentado, nítidamente explicado y las referencias a versículos concretos de los textos bíblicos son constantes, facilitando que el lector pueda juzgar y pronunciarse por sí mismo.
Más próxima resulta, por nuestras propias circunstancias culturales, la parte correspondiente a la génesis del primer cristianismo y a la interpretación de los evangelios. Aparte de la revisión del vocabulario neotestamentario, que en sí misma constituye un apartado fascinante, esta segunda parte del libro posiblemente alcance su cumbre al abordar la cuestión joánica, siempre abierta y que se encuentra en el núcleo del debate acerca de la correcta hermenéutica del cristianismo. La controversia acerca de la identidad del Discípulo Amado adquiere un tinte romántico y evocador, pero discurre con el telón de fondo de una cuestión más trascendente: ¿cuál es la correcta interpretación de los evangelios, cuál es la verdadera perspectiva para tener una imagen real de Jesús de Nazaret? Difícil cuestión tratándose de una figura tan poliédrica como el Ungido. Las referencias evangélicas a los esenios son escasas pero reconocibles, y sin llegar a identificar a Jesús abiertamente como tal, para Juan Parodi la comunidad esenia constituye un faro que le ayuda a posicionarse en su búsqueda (ironías del destino, muchos de sus comentarios acerca del carácter esenio de Jesús son compartidos por el propio Joseph Ratzinger, entusiasta de la perspectiva esenia de Jesús). También se contemplan otras perspectivas más políticas, incluso revolucionarias, aparecidas en torno a la figura de Jesús de Nazaret y, como no, las distintas formas de concebir el incipiente cristianismo según los principales líderes de la secta (Santiago, el hermano del Señor, Juan y Pedro), amén de poner en contexto a una figura tan decisiva como Pablo de Tarso. Quizá, como carencia testimonial del libro, mencionar lo limitado del comentario a la Resurrección y la ausencia de referencias a la Transfiguración, circunstancias debidas a la óptica devotamente gnóstica del autor, y a la cual estos dos elementos resultan un tanto ajenos.
Un lector puede encontrar a lo largo de su vida libros malos, regulares y buenos. Pero hay una serie de libros, que se cuentan con los dedos de una mano, que se convierten en una experiencia que te acompaña más allá de lo que es la lectura de sus páginas. El Secreto de Galilea es la puerta de entrada a una de estas experiencias personales, una puerta que uno debe atravesar asumiendo su propio riesgo. Dependiendo de cómo sea su fe puede resultar sumamente enriquecedor o, por el contrario, muy desestabilizador. Pero la fe que huye de la confrontación con la verdad histórica, o que no concilia esa realidad con la doctrina, lleva dentro de sí el germen de su propio desengaño.

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